Las viejas aventuras de la nueva falda


Cuando venía caminando se me ocurrieron cientos de posibles títulos para este pseudo reportaje, pero me quedo con éste. La idea es sencilla, una simple falda puede provocar una serie de situaciones que manifiestan las ideas sociales, estéticas y políticas de la gente. A qué gente me refiero? Pues nada menos que a la conservadora sociedad paceña.

Un buen día el sol, que hace mucho no se veía por la ciudad, amanece de buen humor. Una excusa perfecta para usar la bonita falda nueva (cualquiera que me conozca acertará si imagina que usé la falda porque no tenía pantalones limpios). De cualquier manera, la situación está dada. Una falda nueva sale a pasear por la ciudad.

A todo esto debo admitir que no podré dejar de lado las generalizaciones y las adjetivaciones, pero cumplo con el deber de advertirles.

La falda en la ciudad del smog

No parecería nada malo el hecho de usar una falda aunque no haga precisamente mucho calor. Sin embargo, basta un trozo de tela para despertar una serie de creencias encarnadas en la “cosmopolita” actitud paceña.

No tengo idea de quién les hizo creer a los hombres que cuando una mujer se pone una falda es porque busca que se la suban. Quizás crecieron con la imagen de una Marilyn Monroe sonrojada que se ve “sorprendida” por una ráfaga de aire, o… sólo son estúpidos.

Pero ahí es dónde encontramos la idea central. No importa cuánto creamos haber avanzado en la equidad de género; no hay tal. Es más, que una falda -que podría ser la de una monja si se la acompaña de los elementos correctos- logra desatar el morbo, manifestar la represión sexual y cimentar las ideas de posesión de la mirada masculina sobre la mujer; estamos mal.

No necesito contar todo lo que tuve que escuchar y lo vulnerable que pueda haberme sentido, el hecho no es que los hombres de esta ciudad se porten como cavernícolas cuando ven una mujer con falda, el problema es que se crean con derecho a ello.

Es comprensible que sea poco usual ver una chica, una mujer o una niña con falda en esta ciudad. Es lógico que un hecho inusual despierte miradas de sorpresa, pero me resisto a dejar que cualquier idiota que se me cruza en la calle se crea con derecho a juzgar mi vestimenta.

Ninguna mujer debería permitir esos “piropos” que atentan contra su respeto e imagen personal. De qué me sirve que sea juzgado el llamar a alguien cholo, negro o marica, si a nadie le importa que a las mujeres de este país se les considere putas porque visten más o menos tela que otras. Desde este punto de vista, no hay avances en la idea del respeto, porque ese respeto sigue siendo únicamente para los hombres. Y si me vienen con que soy una feminista más; no. Soy una mujer, ni más ni menos.

Como muchas mujeres en esta ciudad debo atenerme, de vez en cuando, a los dobles estándares de la sociedad. Si tengo que llegar más temprano que mi hermano a casa es porque es peligroso para una mujer andar “como gallina sin huato” (nadie menciona nada sobre los gallos que andan sueltos, pero bueno). Si debo hablar de un modo femenino omitiendo las “malas palabras” es porque en una mujer “se ve feo” y si estoy prohibida de tomar es porque “en una mujer eso no está bien visto”.

Intentemos negar el hecho de que las violaciones a hombres ha aumentado en los últimos años, que el manejo del lenguaje y sus modismos son re-adaptados constantemente y que no me importa que tan feo se vea; si quiero tomar una copa, dos o una botella de vino; lo haré… nada me hace pensar que los hombres y las mujeres son iguales, pero eso no tiene relación con la equidad de los derechos y el respeto que cada uno merece como ser humano.

No voy a empezar con la cantaleta de que los hombres tienen que respetar a una mujer porque “tienen madres y hermanas”, yo exijo que los hombres respeten a las mujeres como las mujeres deben respetar a los hombres. Ni por conmiseración, ni por “buenit@s”, sino porque cada persona tiene derecho, sin importar género, edad, grupo étnico, inclinación sexual…no hay excusas.

Pero vamos más allá. Los números que manejan las plataformas de atención a la familia en La Paz indican que la violencia contra la mujer ya no se da únicamente en el matrimonio, también sucede durante el noviazgo.

Cuando el filtreo pasa a ser conquista o ¿Por qué en la guerra y el amor todo se vale?

Si lo pensamos detenidamente existe una lógica que rige el filtreo y el noviazgo. Simplemente no hay término mejor empleado que el de “conquista”, ¿cuándo conquistamos? Cuando dominamos y regimos.

Si en el amor y en la guerra todo se vale, es porque ser honestos está fuera de lugar, el objetivo es conquistar y –ojo!- acá me refiero a los hombres y las mujeres. Pero el peligro de esta tendencia se ve a la vuelta, en aquél callejón en el que un chico agarra con fuerza los brazos de “su” chica mientras le grita, cuando vemos a un padre pegar a “su” esposa o cuando la madre golpea a “sus” hijos.

Todo el tiempo estamos repitiendo acciones que vemos o que hemos vivido. Y lo que vemos cada día es que las personas le “pertenecen” a otras personas. Y lo que vivimos cada día son una serie de reglas “no escritas” que son aceptadas sin reclamos.

No importa que las mujeres vayan a trabajar todos los días, ni que hayan obtenido grandes avances en su propia reivindicación, siguen siendo las mujeres de alguien. Son hijas y madres, ejemplo y sostén de la familia. Entonces, por qué todavía ganan menos que los hombres? Por qué deben aceptar que los hombres las juzguen por su ropa? Es más, por qué son ellas mismas las que más atacan a su propio género?

Nadie va a negar que las personas “más machistas” son las mismas mujeres, después de todo, son las que siguen cimentando los valores que rigen esta sociedad. Esas mujeres que tienen diferentes reglas e ideas para sus hijos y para sus hijas. Las que se vuelven la sombra de sus hijos o las que repiten constantemente eso de que “me pega porque me quiere”.

El lugar de las mujeres en la sociedad sigue siendo el tema transversal que no se encuentra con los centrales. La pregunta es: ¿cómo se trata el tema de tolerancia y respeto en la sociedad cuándo no hay una equidad entre géneros? Podemos envolvernos –una y otra vez- en temas “pluriculturales”, pero no tendremos una visión real del problema hasta que el reconocimiento del “Otro”, también sea el reconocimiento de “La Otra”.

Mientras la falda cuelga en el ropero

Es curioso que el hecho que me motivó a escribir esto fuera una falda, siendo que uno de los primeros hechos relacionados a la vindicación de los derechos de la mujer fue el uso de un par de pantalones. Sin embargo, debo agradecer que un motivo tan trivial me recuerde que tengo el derecho a que se me respete por ser humana, ni mejor ni peor que otro ser humano.

No planeo comenzar una especie de manifiesto que defienda lo que soy, sólo quiero recordar que mientras no defendamos nuestros propios derechos, seguimos contribuyendo a ese rol de mártires que parecemos haber aceptado tácitamente.

Por mi parte, renuncio a ser un personaje de telenovela. Seguiré vistiendo esas faldas que me recuerdan que los viejos estereotipos, ideas y acciones se manifiestan ante los hechos más cotidianos de nuestras vidas. Claro, acompañaré cada falda con los accesorios correctos: mi autorespeto, mi respeto por los demás y ante los prejuicios, los preconceptos y las viejas ideas plantearé mi más enfático “váyanse al diablo”.

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