Crònicas de navidad

Las noches que voy recordando

La historia de mis papás no terminó con la llegada de un hijo que decidieron tener cuando cruzaban los bordes de la edad recomendada. Su vida juntos, pero separados, se fue construyendo ajustándose a las situaciones que les tocó vivir, como aquél matrimonio que los unió en secreto por muchos años y que fue revelado en una tarde de copas que ninguno olvida.

La complicada relación que los llevó a sitios inimaginables, nunca fue perfecto, nunca inmaculado, por el contrario, sus problemas no podrían haber sido más comunes, sin embargo, me queda la certeza feliz de que siempre fue amor, un amor que se les intentó escapar en más de una ocasión; pero sin el cual yo misma no estaría acá.

Después de cuatro botellas de vino, la historia de mis papás se abre paso en medio de un enrevesado relato de contradicciones y de tristezas, porque así es esto, las cosas que narra mi papá no vienen en un solo color, los matices lo hacen especial.

Sabina canta en el fondo de la sala que “lo bueno de los años es que curan las heridas”, mientras yo escucho –de mi papá- las heridas que se fueron cerrando con años de conversar, pelear, criar tres hijos y viajar; porque mi familia tiene un aire gitano indiscutible.

La distancia siempre fue un personaje de nuestras historias, de nuestros sentimientos de culpa y también de las nostalgias…porque eso nos hizo conocernos sin la molestia inmediata de nuestras personalidades; siempre tan distintas.

A medianoche, las cosas que deben ser dichas aparecen casualmente, mientras nosotros habitamos islas lejanas…pero hay preguntas, están las dudas que continuamente he reprimido para evitar respuestas incómodas. Ahora que empiezo a hablar con mi papá, todo es más claro.

“Se tiene que hacer lo que se tiene que hacer”, tan sencillo como eso; es la frase que le escucho decir sin parpadear y que ya he escuchado antes, supongo que si podría resumir la vida de mi papá; tendría que empezar por ahí.

Su matrimonio, mis hermanos, todo se va mezclando y confabulando con nuestra nostalgia de la familia en días necesarios. Aunque siempre terminamos peleados en navidad, comprendo que, aún así, nos extraño como recuerdo de noche buena y de navidad.

Ahora, desde un momento más equilibrado de mi vida, voy entendiendo que las cosas que hemos pasado; me han enseñado de una u otra forma a ser consecuente; no puedo explicar mejor esta capacidad de recordar con tristeza aquellas noches de llanto y odio superficial, mientras las transformo en lo que siempre fueron.

Sin entender cómo, termino hablando francamente con mi papá…debo admitir que pese a la distancia y al sentimiento lógico –por decirlo de algún modo- de la nostalgia; fue una buena navidad.

La isla donde descansan las aventuras

El día se levanta para hacer compras urgentes; en mi caso lo son. Tengo una promesa pendiente para ir sin mayor ceremonia al parque Rivadavia para encontrar alguna joya que complemente los días.

Como siempre, los libros que abundan son los que no me interesan, pero hay tantas pequeñas sorpresas que respiro para entender que debo tomar decisiones bien pensadas; no funciona y termino comprando por impulso.

Ese impulso es un libro antiguo, que cambio por la oportunidad de comprar dos. No importa, su misma naturaleza me demostrará que vale la pena. Es así que me convierto en la feliz compradora de Madame Bovary, una edición de 1948 que huele a viejo y a humedad.

El camino se hace largo, en medio de estantes y estantes que parecen multiplicarse, desearía poder volver (previa venta de cualquier cosa de valor que tenga), aún están allá unos dos o tres libros que –creo- son totalmente necesarios.

Para no martirizarme con las demás “posibles compras”, comencé a ver a los libreros que escuchaban rock clásico…ya cruzando la edad adulta para dar reversa en una niñez feliz, esos alegres señores sabían todo lo que debía saberse sobre los libros que vendían, recordándome a aquellos libreros que Gabriel García Márquez decía extrañar, ya que parecían conocer todos tus gustos después de un breve análisis para luego presentarte un catálogo con las novedades que podrían interesarte.

Sin embargo, la alegría de ese pasaje abarrotado de libros, era la diversidad, pude observar tantas historietas y comics como libros antiguos y las novedades que nunca dejaban de ser interesantes, para concluir en puestos dedicados a la música de todo género; pero como buenos vendedores gauchos; tenían discos y discos de rock, que en algún momento “les habían roto la cabeza”.

El barrio no parece notar el tesoro escondido en aquella isla de autores célebres, pero debe ser normal, a unos pasos un gran shopping se acercará más a las aventuras increíbles que yo imagino, para algunas personas es así y está bien.

Volviendo a casa

En el camino, mi papá me habla de una verdad que –a causa de mi distraimiento crónico- no había notado, ésta es una ciudad de grandes, dice. Tiene razón, desde que llegué noté dos cosas: que las argentinas son realmente hermosas y que compran casi instintivamente- compulsivamente; dirán- como guareciéndose de algo, pero también estaba eso que decía mi papá; desde la llegada había visto tan pocos niños que no lo había notado.

La Capital Federal es para la gente grande, que horrible novedad, ahora entiendo la soledad abismal que sentí los primeros días y que me persigue en susurros hasta ahora.

Por los adoquines de La Plata

El domingo, el plan –al menos el mío- era la tranquilidad de un buen libro y la cama con las ventanas bien abiertas. Intuyendo el encierro mi papá me invitó a La Plata, no había forma de rechazar el viaje.

Desde la Terminal de Once, esperamos el bus que nos llevaría a La Plata, que estaba a menos de una hora de la Capital Federal…El viaje demasiado cómodo y con una vista apacible; se hizo muy corto.

Bajamos en la Plaza Italia y para mi sorpresa el día transcurrió en ella, como por accidente. Esta plaza es un pequeño mercado de pulgas, centro de diversiones, escenario y espacio dedicado a matear.

El único estante que estaba abierto desde aquella hora, era de un librero que reiteraba con dos o tres carteles, que por favor se acerquen a tocar y revisar los libros. Con un convincente cartel de letras de colores; afirmaba también que vendía postales hippies, como diría mi amiga “nos conquisto con el hello”.

Cerca, comenzaron a instalarse los demás puestos, a pocos metros las tiendas se llenaban de colores, de ropa, de juguetes, panchos…y perritos, gatos, conejos, hamsters que buscaban casa.

Observe fascinada a las pequeñas ratas que tenían grandes manchas cafés, mi gusto por esas quisquillosas mascotas siempre ha sido respaldada por mi papá, quien en ese momento pensaba seriamente en comprar una pareja, mientras yo me imaginaba encariñada y triste por la idea de dejarlos, no; lo mejor era ir a ver a los demás animales.

Así que pasamos al sector de música y no hubo mayor problema porque nos quedamos sin dinero a la primera compra de 9 dvds, todos verdaderas necesidades. Así, algo cansados por quién sabe qué; decidimos sentarnos…a unos pasos unos señores mayores alistaban unos parlantes, estaba bueno eso de escuchar música; pero qué sería?

Al final de 15 minutos interminables- soy una curiosa incurable- vimos a dos parejas alistándose, así se fue formando una gran pista de baile que invitaba (a quién quisiera o supiera) a bailar. Las chacareras no me habían interesado después de los 15 años, sin embargo había una belleza, una conquista tan suave y delicada en los pasos de esas parejas, que el interés y el gusto volvieron.

De repente ví como un tipo de 24 ó 25 años se acercaba a la señora más alegre y la invitaba a bailar, su gran destreza y su enorme sonrisa, invitaron a más jóvenes a unirse a aquél encuentro de sonrisas y gritos de alegría, que fue completado con las más nenas que salían a bailar con sus nonas.

Alrededor, quienes no sabían bailar se apoderaron de los asientos más cercanos, abrieron pequeñas mochilas y se disponían a cebar el mate (se dice así?), mientras advertían a sus hijos para que no se alejen más de la cuenta.

En la Plata hay muchos niños, hay un ruido terrible de llantos, pedidos de más dulces y sonrisas por los bailes, hasta ese momento no me había dado cuenta de lo mucho que extrañaba a mi hermanito…

Certeza feliz: cuando estás rodeada de niñas y niños, no sientes esa soledad molesta e incomoda que sientes cuando estás rodeada de gente grande; que es como yo llamo a la gente mayor.

La semana final

A unos días de terminar el año, no hago más que recordar, creo que es muy normal esto de ver atrás, porque ahora me encuentro en un lugar muy distante.

Lo curioso de esto es que los recuerdos se extienden a mis épocas de colegio, a charlas que no recordaba haber tenido, a momentos tan ridículos y vergonzosos que se explican por si mismos como olvidos.

Ahí está; empiezan los balances por la radio, toda la gente escribe sobre lo bueno que fue este año o sobre lo horrible que la pasó…bueno qué más da? Yo también puedo mandarme un balance a estas alturas…al fin y al cabo la lluvia me impide hacer algo más productivo.

Este año empezó con las despedidas, lo que significó un inicio confuso y solitario…las fiestas de despedida prometían un mejor año, pero acabaron como recuerdos que –en medio de suspiros- venían con ráfagas de arrepentimiento, que eran hábilmente debilitadas por la fuerza de mails y mails de mi mejor amiga; quien lograba que vea tanto lo bueno como lo malo de las decisiones tomadas.

No fue fácil, volví a comenzar y comencé a volver a mi misma. Retomé el inglés y me aventuré a conseguir un laburo. Cosa extraña: lo logré. A partir de este cambio, se dio una cadena de lo que una amiga llamaba alegremente “sucesos inesperados”.

Aprendí, protesté (sobre todo: protesté), trabajé, me molesté y entendí que las cosas no eran como habría querido y que casí nunca lo son…y así, sin más, me tropecé con un café lejano, con largas charlas y con un aire de felicidad, de esos que no puedes ocultar. En fin, el 2009 me trajo más alegrías que tristezas, pude conocer a gente maravillosa y –sin esperarlo- me enamoré.

Así, en esa ollita que a veces parece gris, retomé mucho más que una antigua vida, ahora veo que el cambio era necesario, aunque aún extraño a mis mejores amigas, a los amigos y a los boliches llenos de recuerdos, tengo mucho porque agradecer…

Ps.- Ufá; salió cursi, verdad? Ehhh; no importa; tengo la idea de que los balances tienen que ser cursis para ser balances.



















Comentarios

Entradas populares