AVISO DE DESALOJO



Me han botado tantas veces que, ahora que decido irme, no sé si es decisión propia o un último intento de agradar a alguien.

Los tormentos empezaron hace varios años, incluso la fachada me delataba. Estaba tan raída no había como taparla, como enmascararla. Las capas empezaron a mezclarse furtivamente, al final ninguna se definía, todo se convirtió en una masa amorfa, desagradable…

Como si intuyeran mi debilidad los vecinos decidieron atormentarme. Comenzaron a echarme sueños malos de media noche por las ventanas. Muy cerca, los niños reían camuflados por la oscuridad, burlándose, aceptando alegremente la tarea de herir, de romper, de dañar. La tarea del exterminio lento.

La estrechez de cada habitación no me dejaba respirar. Las escaleras, equivocando la ruta, fueron creando abismos más profundos. Mientras tanto, los peldaños roídos por las frustraciones se fueron cayendo a pedazos al igual que la puerta, esa vieja puerta que hace años nadie toca.

Debo admitir que la estructura nunca fue buena, nunca acogedora, nunca suficiente. Se fue construyendo en base a mentiras y por ellas mismas ahora se desmorona. Creo que no busco entorpecer el proceso. Espero eficacia asesina; que todo termine sin derrumbes; sin alegorías baratas que ya nadie entiende. Necesito silencio; que no se encuentren trazos de lo que fue, que todo acabe al fin, sin escombros, sin recuerdos, sin lágrimas.

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