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Quiero emborrachar mi corazón para
pagar un loco amor,
que más que amor es un sufrir



Al otro lado de la puerta ellos se asentaron en el cuarto, lo recorrieron y se apoderaron -con sorprendente rapidez- de todo. De lejos, Cortázar comprende que la casa está tomada.

Yo -al otro lado de la pared- entiendo (al menos momentáneamente) que no debo estar acá. Una falla cambió la ruta que seguía y ya ves, todo indica que no me quedaré. Ya no soy un cronopio, las cosas no volverán a ser simples, las lágrimas nunca más serán de felicidad (alguna vez lo fueron?), los bailes de sin-razón no me convocarán y la música ni siquiera se sentirá igual.

Tan diferente, tan lejana y fría; tenías razón. Tú, en la eterna búsqueda de algo que no sabes definir, no te das cuenta cuando hallas la ciudad perdida que se esfuma por tus indecisiones. Tú que no sabes encontrar lo que buscas, que no sabes ver y yo que al otro lado te miro y tampoco se comprender. Ambos de frente, sin sabernos conocidos, amigos, amantes o vecinos.

Ay, cronopios, cadáveres de cronopios, huesos roídos de cronopios, retazos de cronopios, velados por las bobas esperanzas, apuñalados -mil veces más- por los rudos famas y envueltos en flores blancas por los famas más suaves que quieren todo pulcro y limpito.

Ah, famas, los mismos que nos odiaban y nos amaban cuando oían nuestras conversaciones de latón en las que nadie se entendía. Famas, famas que no podían tolerarnos cuando llorábamos-lágrimas-azules cobijados por los brazos de una cigarra negrita o cuando cantábamos en voz bajita-bajita; que ella usó nuestra cabeza como un revólver, aunque nos sabíamos mejor la historia de Eleanor Rigby, compañera indescifrable del tango gris.

Mierda, y las pobres esperanzas, ahí; muertas de pena, porque entonces no habría a quien temer, de quien escapar los sábados por la tarde, cuando la tele se descompone y alguien -quizás tu, quizás yo- emprende la arremetida contra cualquier cosa que se mueva; por el fútbol (es que juega river), por la novela (ché, que ya está en los capítulos finales), por los dibujitos (hoy daba un capítulo que justo no recuerdo)… por cualquier cosa, cualquier cosa que es nada porque al final era la razón de todo

Ya no, ya están ahí, encerrados entre los bordes del ataúd redondo, nuestros cuerpos de cronopio que se alejan de la tierra, porque en un último suspiro se nos concedió la maravilla del entierro vikingo.

Ya no, siempre no.

Los vuelos estratosféricos con mangueras de colores, las escapadas al techo de la casa vecina que tiene en el patio la réplica de la luna -a escala- para menesteres nocturnos, las maldiciones en tailandés, los viajes veraniegos a Tacuarembó, las ironías por la ciudad que no nos conoce, las fiestas a las que no íbamos porque nos invitaban y a las que asistíamos porque nadie nos había dicho nada. Y así, que se nos pierde la esencia, que se nos muere el aparetejo este que bombea sangre, que se nos muere, se nos muere…

Y tu y yo, que quedamos en este curioso mundo de mutantes de dos manos, mil ojos y uno que otro pensamiento feliz y fugaz por las mañanas. Así, otra vez nosotritos, con nuestras respectivas soledades, con los cabellos bien peinados, los zapatos lustrados, el pantalón, la camisa planchada y los ojitos vendados, porque nada, que no, no, siempre no; no queremos despertar.

Ya de qué sirve; los cuerpos de cronopio -a esta hora- deben estar flotando en algún río, que realmente es mar, pero ya ves; les gusta contradecir hasta en eso, así son, así éramos, así...

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