conFesión

Después de algunos años debo, lamentablemente, confesar.
He aprendido a notar este tipo de acciones, este tipo de ritos, cuando juzgo que alguien me ha roto el corazón.

*Llevo la cuenta, hasta ahora fueron dos, el corazón real y el de papel*

Primero –creo- asumo la desilusión, me dedico a cierto tipo de lamentos y…odio.

Comienza la tarea de la nostalgia constante, el despertar gris se hace continuo, latente, dulce, triste---triste.

Dibujo mariposas de alas frágiles, que suspiran cuando recuerdan. Mariposas que mueren al alba y que estallan en brillitos plateados, en brillitos de niña consentida.
Trazo rostros tristes, tan tristes que oscurecen las hojas pálidas en las que habitan, tan tristes que siempre tienen algún rasgo mío.

Los sueños se vuelven monótonos, ya no miro el cielo. Esa es la época de recuerdos melancólicos y lágrimas de madrugada.

Después, despierto sin culpas, sin reproches, sin nada que decir. Camino, los pasos se hacen más rápidos. El deseo de salir y respirar me vence, me aprisiona la necesidad de libertad.

Salidas nocturnas, eternas, parafernálicas. El neón adormece las culpas, los nombres se olvidan, los abrazos dejan poco a poco de marcarse en mi piel, los besos se vuelven viento.

El vino, el ron y el tequila cumplen la misión de aniquilar-me. El cigarrillo perturba mis pensamientos y deja, otra vez, todo como estaba. El odio ha vuelto, necesito retroceder al proceso de olvido, necesito oscuridad -necesito más- no quiero, no puedo recordar.

La noche anterior ha desaparecido. Los seres des-habitados, seres nocturnos…vuelven.
Esa es la época de sonrisas encubiertas, de miradas difusas y perdidas, es el tiempo de los placebos y las noches que nunca existieron. Es el renacer de mis sombras, es el suicidio que sin ser suicidio me mata.

Comienza el derrumbe, el precipicio está delante. El paso final lo debo tomar yo, debo caer, debo terminar con los daños, con el odio, con la nostalgia, conmigo.

Despierto, esta vez hay vestigios -marcas suaves- mi idea de equilibrio, mi idea de lo que debe ser.

Golpes, no puedo evitarlos. Golpes, como si fueran suficientes. Golpes, ya no los siento.

Despierto –nuevamente- con un manto de mariposas nostálgicas sobre mí. No puedo ser tan débil, pero tampoco soy fuerte. Los ojos, los ojos aún no ven, mis manos aún tienen rastros de castigo, mi corazón tarda mil años en cada latido y no entiendo cómo logro respirar.

Me levanto, mi hermana me espera hace una hora y todavía debo reunir fuerzas para decir, para explicar, para entender, para seguir…

Ahora, la etapa final me vence, yo no volveré a ser igual. Yo, yo soy la que no soy y la que despierta. Aquella que hirió ha muerto, desangrada entre sus propios recuerdos y mutilada por sus propias culpas. Nadie lo nota y así es mejor.

Este -debo confesar- es el camino para este momento… para esta creación constante de errores y de aciertos.

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