Y la lluvia cae sobre la ciudad

Ya es el primer viernes de abril y acabo de llegar, la lluvia impidió que duerma en la calle hoy, no, en realidad el horrible sentimiento de responsabilidad por la
salud de mi hermano fue la razón.

Hace una semana que camino por las mismas calles, ahora que comprendo que debo irme, y la noche, la noche es lo único de transparente que tiene esta ciudad.

Comenzamos el camino a las nueve, a las diez y finalmente a las once, por razones irrelevantes; todo se complicó.

Las once, la plaza principal, todavía con puestos de comida y las calles con pequeños montones de basura, gente que mira el reloj con preocupación, en realidad nada muestra algo diferente a lo que estamos acostumbrados a ver.

Media hora más tarde, los puestos se desinflan y caen como las carpas de circo cuando es tiempo de partir, llegó la primera persona para adaptar la que por esta noche será su cama, mira a ambos lados desconfiado y luego se echa sobre los pedazos de cartón, para terminar tapándose con un aguayo, los colores se ven tristes y fuera de lugar en medio de un edificio quemado y bien iluminado, el slogan perfecto del caos de la ciudad.

Empieza a llover, algunas gotas rozan el banco que escogí para ser la espectadora esta noche, mi libreta de anotaciones está acostumbrada a este tipo de trajines, no me preocupa, mi hermano está con la mirada perdida, quisiera saber qué piensa.

Vemos como, lentamente, los espacios de siempre son ocupados por las mismas personas desde hace cuatro semanas, cinco hombres, una pareja y una mujer, cada uno cargado de cartones y pequeñas bolsas, creo que es lo necesario para pasar la noche, luego entiendo que es la ropa que tienen, además de algunos plásticos y periódicos que usan para taparse.

Esta noche no veo niños, pero hay dos jóvenes que decidieron dormir en los bancos de la plaza, la lluvia aumenta y lo único que hacen es envolverse entre los plásticos, mirando el cielo, imagino como la lluvia moja sus rostros y mi hermano comienza un arranque de insultos, intentamos hablar, pero desde el lugar en el que estamos todo parece hipócrita, en medio de gruesos abrigos nunca sabremos cómo es realmente dormir en la calle, nos levantamos y decidimos dar una vuelta por el correo.

El tiempo pasa rápidamente, seguro es más de media noche, o estamos intentando que lo parezca, en el camino vemos más gente, casi oculta entre montones de papeles, algunos cleferos pasan por nuestro lado como si no nos vieran, están pateando una caja de cartón y ríen de una manera extraña, mi hermano me dice que camine más rápido, pero la curiosidad por esas risas lejanas puede más, después de unos minutos mirándolos decido que mi hermano tiene razón y apuro el paso.

Cerca de los puestos de comida vemos un montón de jóvenes comprando comida y hablando a gritos, mientras cinco o seis niños van pidiendo comida o una moneda, nadie les hace caso, a esta hora todos comen para reaccionar, no parece interesarles mucho las caras de hambre, nosotros preferimos volver a la plaza.

Es la una de la madrugada, al doblar la cuadra sentimos que alguien nos sigue, en realidad son muchos niños, se acercan y nos piden una moneda, sé que si le damos algo a uno todos esperarán que les demos algo también, mi hermano se anticipa y dice que no tenemos nada, nos miran con desconfianza, veo que son seis, casi al mismo tiempo se acercan más, estamos nerviosos, no entiendo con qué fuerzas pero empiezo a reñirlos, como si eso no fuera a complicar la situación, el frío y el miedo hacen que tiemble ligeramente, en un momento que no podría explicar empujo a uno de ellos, tomo la mano de mi hermano y empezamos a caminar, aunque la intención era correr.

No pude dejar de ver el reloj ni un minuto y sin embargo, el minutero corrió sin que lo percibiera, mostrando la 1:25, llegando a la plaza vemos sorprendidos uno de los basureros en llamas, el plástico se consume suavemente y se siente algo de calor, no entendemos cómo el fuego reta a la lluvia, buscamos alguna botella o vaso de plástico para apagarlo, cuando el fuego ya está extinto aparece una señora con un bote de agua y para asegurarse vierte todo el contenido, nos saluda y al notar mi libretita empieza a contarme cómo sucedió todo, fueron “unos nuevos huéspedes” de la calle, que llegaron con una botella de trago barato, terminaron el contenido, la botaron al basurero y encendieron el fuego, no quiero decirlo pero los entiendo, el frío se convierte en un millón de agujas que atraviesan nuestra piel y me pregunto cómo será más tarde.

La señora es dueña de uno de los quioscos de la plaza, no deja de quejarse de las personas que duermen en la calle y que cometen “actos de vandalismo tan desagradables”. Se despide después de advertirnos sobre los peligros que deberemos superar y corre hacia su puesto, teme que alguien le robe algo.

Nos sentamos y miramos a la gente que acaba de llegar, son sombras, no se puede ver sus rostros pero se nota que están temblando. Nosotros también debemos buscar refugio, mi hermano me ofrece un café y no tengo otra opción que aceptar, aunque me siento algo culpable, me gustaría poder comprar café para todos, no como ese tipo de ayuda-limosna, sólo porque entiendo este frío.

Ya en la España y Ecuador vemos a una joven con las rodillas sangrando y llorando nerviosamente, intentaron robarle el bolso, ella cuenta a sus amigos como un tipo bajito de camisa y jeans pasó por su lado y jaló su bolso, ella al sujetarlo con fuerza cayó de rodillas, mientras era prácticamente arrastrada, hasta que llegó un guardia de seguridad y sujetó al ladrón, con la ayuda de un compañero. El ladrón ya había sido recogido por la policía que “extrañamente” patrullaba por la zona, nadie creía que se tratara de un ladrón por que iba bien vestido.

Todavía con la imagen de la chica llorando, intenté estar tranquila y seguir el camino, pero cada persona que pasaba por nuestro lado me ponía más nerviosa. No encontramos ningún café, mi hermano compró una hamburguesa, yo había perdido el hambre.

La lluvia nos detuvo. La neblina bajó suavemente y mi hermano empezó a toser, eran las tres de la mañana y todavía sentía que tenía la fuerza para soportar el frío, dudé por unos minutos, pero decidí volver a casa.

Probablemente son las tres y media, la lluvia no cesa, estamos volviendo a casa, confundidos, tristes y a punto de resfriarnos. Una cuadra después de la Ayacucho vemos a dos personas cubiertas por una bolsa de plástico, están haciendo el amor. En medio de las sombras hay dos cuerpos que combaten el frío o la soledad, al final, lo importante es que hay dos cuerpos que se encuentran esta madrugada.

Ya estoy en casa, todavía no me cambio de ropa, saco un pucho y mirando la ciudad lo enciendo, es el pucho más amargo que he fumado o tal vez es el sentimiento de impotencia, todavía no lo sé, pero esta noche será difícil dormir.

Comentarios

Linus Bonetto ha dicho que…
wow, me gustó bastante, está muy bueno, creo q no hay nada mas q decir... el hecho de saber q sucedió me lo hace pensar más real aún...

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